Existen cantidad de tiendas online para comprar y vender virginidades. Es lo de hoy, la nueva cultura de “facturar”.
En 2008 se registró la subasta de virginidad de la estadounidense Natalie Dylan, de entonces 22 años. Quería el dinero para pagar su educación universitaria.
En 2009 causó controversia Evelyn Dueñas, entonces de 28 años, quien subastó su virginidad alcanzando pujas de hasta U$ 3.400.000. La causa: “ayudar a su madre enferma y estudiar medicina”.
Gisselle, una modelo de entonces 19 años la subastó en 2017 por la friolera cantidad de 2.5 millones de euros, cuya puja ganó un empresario de Abu Dhabi. Ella reveló que el dinero lo ocuparía para pagar sus estudios, una casa y para viajar por el mundo.
Todas han coincidido en no tener ningún dilema moral con su decisión; en vivir su sexualidad libre de las críticas.
Sin embargo este fenómeno cada vez más común plantea preocupaciones éticas y sociales. No se trata de falta de “oportunidades” para acceder a recursos sin recurrir a acciones extremas.
En un contexto más amplio, las subastas de virginidad también plantean la nueva cultura contemporánea del “mínimo esfuerzo” y la búsqueda de gratificaciones instantáneas.
Esta tendencia refleja una sociedad que valora la inmediatez, el NO esfuerzo, sobre el desarrollo personal y profesional sostenido.
El colectivo humano de nuevas generaciones -SIN GENERALIZAR- abrazan como nunca antes la cultura del “aquí y ahora”. El “empoderamiento” femenino -y masculino- del mundo de hoy supone la gratificación instantánea, “facturar”, en vez de “trabajar” …pero como diría mi santa abuela “que cada quien haga de su cola un papalote”…