No hay Fijón

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Una amiga queridísima me llamó, la voz velada por el pánico: estuve con alguien que dio positivo, contó, a ver si no te contagié. Lo besuqueaste, lo encueraste, le sobaste las corvas, quise saber. Comimos juntos, nos reímos a carcajadas, explicó. Pero sí a ti ya te dio, y además estás vacunada, alegué. Y entonces qué, no puedo ser portadora, preguntó. No tengo la más remota idea, concluí, dame chance y averiguo.

Pregunté, pero no averigüé nada. Un experto en quien confío me dijo que es altamente improbable que un vacunado sea transmisor, y menos después de 24 horas, en ese lapso el sistema inmunológico habría aniquilado el bicho. Mas OTRO SABIHONDO DICE QUE NANAY, que el virus puede subsistir en las secreciones de un vacunado, en la saliva, en el llanto, en el moco, y de ahí brincar a su próxima víctima.

Mala cosa. Llevamos año y medio de pandemia, hemos gastado millones de millones para averiguar, y aún no sabemos quién puede transmitir, quién enfermar y quién morir. En el tema de moda, la vuelta a clases, parece que un porcentaje minúsculo de niños se va a contagiar, y un porcentaje microscópico va a fallecer, pero AMLO y compañía dicen que hay que correr el riesgo. No quiero ni imaginar el dolor de unos padres que corran el riesgo y terminen en la funeraria.

Me voy a hacer la prueba, me dijo la adorada, yo te aviso. Como para qué, no malgastes tu dinero, repliqué. En la nueva normalidad es inevitable tener contactos del tercer grado, interactuar con asintomáticos, respirar el aire donde flota el bicho, tentar cada día la suerte. Ni te angusties, le dije, tengo una idea mejor. Ahí la dejamos, preguntó. Exacto, no pelamos: me invitas a comer y nos reímos a carcajadas.

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