Un auxiliar de mi oficina, lo que en el argot se conoce como un diligenciero, SE NIEGA EN FORMA ROTUNDA A VACUNARSE CONTRA EL COVID. Con su inconfundible acento de maya yucateco, alega que las vacunas son la punta de lanza de no sé qué conspiración galáctica, y atento a las redes sociales, sostiene que no está solo, que tiene el respaldo moral de 60 millones de ciudadanos norteamericanos, que piensan igualito.
Dili, por decirle de algún modo, asegura que está dispuesto a perder el trabajo, antes que dejarse dar el piquete. Nadie pensaba correrlo: AUNQUE ES FÁCIL SUPONER QUE SU CONCLUSIÓN ESTÁ CARGADA DE PREJUICIOS, TALES PREJUICIOS SON TAN RESPETABLES COMO LOS MÍOS, O LOS TUYOS, O LOS DE CUALQUIERA, Y SI ALGO NOS HA ENSEÑADO LA PANDEMIA ES QUE NUESTRA IGNORANCIA, LA RAÍZ DE TODO PREJUICIO, es por demás enciclopédica.
El problema mayor es que la secretaria de la oficina, a mucha honra mestiza yucateca, se niega a tratar con Dili. Secre, por así llamarla, dice que ella ya se vacunó, y que no va a arriesgarse a un contagio a lo tarugo, así que exige que los papeles que acarrea Dili sean sanitizados con nubes de polvo mata bichos, antes de siquiera animarse a tocarlos.
Las opiniones en la oficina están divididas. Más que nada por simpatía personal, unos están con Dili, otros apoyan a Secre, pero las consecuencias de su pleito no son relevantes: nada más no se hablan ni se acercan, COMO EN TELENOVELA, PERO CADA QUIEN HACE SU CHAMBA. CREO QUE PODEMOS SEGUIR ASÍ ALGÚN TIEMPO.
Claro, hasta que alguien se enferme…