No se trataba de “sexo kinki”. Tampoco de “sexo duro”. Se trataban de prácticas coercitivas y abusivas, sexo forzado, sin consentimiento. Así muchos testigos describen los “freak offs” de las fiestas del rapero y productor musical Puff Diddy, hoy tras las rejas.
Han sido ya diversas las denuncias de mujeres que se han confesado abusadas por P. Diddy y por otros personajes de su círculo más cercano cuando fueron drogadas involuntariamente.
El #METOO de la música ha estallado, desde la detención del todopoderoso P. Diddy desde el 16 de septiembre a quien acusan de abusar y explotar sexualmente a mujeres y hombres -también a menores de edad-, durante años.
Fue su ex pareja Cassie Ventura, entre otras cosas, quien delató al ejecutivo musical de haberla inducido al consumo excesivo de alcohol y drogas, y forzarla a tener sexo con otros hombres y grabar dichos encuentros, de acuerdo con The New York Times.
El gobierno estadounidense también reveló que Diddy utilizaba como arma los videos que había grabado para evitar que los inflingidos denunciaran.
Las prácticas sexuales -y todo lo conllevaron-, de estos monstruos son consecuencia de la descomposición del mundo provocadas por mafias en el poder, no exclusivas de la farándula hollywoodense. También de la política.
México ya se coloca como el tercer país a escala global con más casos de trata con fines de explotación sexual y mendicidad de menores, sólo después de Tailandia y Camboya, según el ranking de la Organización internacional A21.
Desde 2020 se han incrementado dramáticamente el número de víctimas menores (niños, niñas y adolescentes).
No tenemos palabras para descalificar actos tan atroces, de un acto sagrado de comunión llamado sexo.
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