Como a la mayoría de sus amigos, la muerte de MAXIMO GARCÍA, el subsecretario de Turismo de Quintana Roo, me agarró por sorpresa. Al principio supuse que había sido Covid, pero luego me enteré que sufría desde hace + de un año de un cáncer terminal, que finalmente le hizo crisis. No estaba solo en la ignorancia: Máximo, en extremo reservado, no puso al día ni a su propia familia.
En diciembre fue sometido a una operación quirúrgica, que sólo fue parcialmente exitosa. Con el transcurso de las semanas, le detectaron la presencia de metástasis, que el paciente mantuvo como secreto de Estado.
Lo traté por años, como consejero del CCE, como director de Turismo municipal, y al final como subsecretario. Me gustaba su ESTILO SECO, PARCO Y DIRECTO, SIN LOS REQUIEBROS PROPIOS DE LOS POLÍTICOS. No sé hasta qué punto, pero sin duda mis opiniones sobre el turismo en Cancún están teñidas por su visión de los hechos.
Unos días después, tuve oportunidad de platicar con Máximo, su hijo único. Me contó detalles del tramo final, de su entereza, de su decisión de no causar lástima, del silencio que incluso lo alcanzó a él, del ejemplo de su vida y de su muerte. La conversación se cerró con una frase a la que todos deberíamos aspirar. Estoy súper orgulloso, me dijo Máximo, de haber tenido el padre que tuve.
