Me declaro una entusiasta promotora del arte de la sexualidad, intrínseca y natural en la vida de toda persona.
Sin embargo, me niego ha aceptar esa hípersexualización que vemos a diario en todas las redes en niñas de 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14 años…
Bailes sensuales, maquillaje, ropa, lenguaje y poses tan sugerentes que empiezan a ser tan habituales en detrimento de la propia etapa de la niñez.
Lo dicen los expertos: “La infancia se acaba de forma abrupta a edades tempranas y la hipersexualización es un problema grave que deshumaniza, cosifica y merma la autoestima de las pequeñas”.
Hay una alerta ya mundial, y por muchas razones. Las niñas encuentran en esa hipersexualización “líkes”, “seguidores” basando sus pensamientos en función del deseo sexual que despiertan sin entenderlo absolutamente.
Y lo grave está en que la hipersexualización abre una puerta a algunas de las principales amenazas de Internet: la intromisión de stalkers, ciberacosadores y groomers.
Pero también, a la estigmatización de la belleza que conlleva a las niñas a los trastornos de alimentación y autolesiones (anorexia, bulimia, depresión, ansiedad).
Es un fenómeno imparable, donde las niñas -sobre todo- aparecen situadas en una falsa imagen que ni siquiera entienden, sometiéndose al culto al cuerpo, a la apariencia y a la popularidad en redes por encima de todo.
Este hecho debe ser preocupante para los padres, que parecen minimizar, y en cambio fomentar con esa peligrosa “alcahuatería”. También debiera exigirse la regulación a las plataformas.
Hasta ahora no ha habido campañas suficientes para frenar este fenómeno creciente. La tecnología nos ha rebasado. Las nuevas generaciones también. No fomentemos esa precosidad. ¡Denunciémosla!
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