Pertenecemos a un país y destino turístico donde hacer compatible ambas funciones se convierte en uno de sus retos prioritarios más, cuando estamos acompañados de la inseguridad.
País rico y exuberante, complejo, contradictorio y condicionado por una violencia que se expande y le afecta, por lo que no es aconsejable desatenderse de su entorno, mediante un “no es nuestro cometido”, “ya pagamos impuestos” al ser actitudes que no solamente no nos protegen, sino que nos impide mejorar.
El escenario exige realizar esfuerzos añadidos, donde determinados servicios se vuelven atípicos, complementarios, coincidentes y superpuestos requiriendode una visión delicada y radical a la vez.
Por otro lado, asumamos que los turistas son muy conscientes de nuestra realidad, donde el desatino de contrastes entre sus lugares de procedencia y el destino mexicano, hace que sus llegadas y estancias vayan menguando.
Y es que, ¿quién duda que lo que es “aceptable” para nosotros sea cada vez más inaceptable para nuestros visitantes y turistas?
Aunque y afortunadamente, este descenso se está viendo compensado en parte con un incremento del turismo nacional con mayor capacidad de gasto y adaptación a entornos inseguros.
Ante esta situación, evitemos el autoengaño mediante una interpretación sesgada de la realidad. El clima social negativo sigue estando presente.
En definitiva, parece que las consideraciones sociales han de tenerse cada vez más en cuenta para engarzar con las turísticas y viceversa.
Y es que la violencia interna está fraguando una “violencia externa” que está haciendo mucho daño y que se traduce en que nos visitan menos.
Finalmente, mal soportamos el perjuicio que nos causa la inseguridad, y les pedimos sin pedir a nuestros turistas que“la soporten” siendo más comprensivos con nuestras carencias y realidades. Demasiada exigencia…