Estamos hablando de una crisis de seguridad puntual y transitoria? O, por el contrario ¿hablamos de una crisis imprecisa, asentada en el tiempo y que nos impide acceder a la tan anhelada normalidad?
Todos asumen la gravedad de la crisis, pero a ser posible unida a la idea de algo fugaz y pasajero.
Sin embargo, este no parece ser el caso que nos atañe. Ya desde hace varias décadas, la crisis por falta de seguridad forma parte del paisaje nacional, sin percibirse unanimidad alguna en cuanto a sus posibles soluciones.
Por ello, se vive en un estado de crisis permanente que no proviene del exterior por lo que no se puede culpabilizar a agentes externos, aunque con los vecinos del norte todo puede verse más enmarañado ¿y/o reactivado?
Pensemos que los grupos sociales y empresariales llevan tiempo divagando sobre su naturaleza, resultando difícil ponerse de acuerdo sobre dicha normalidad.
Y se reitera, ayuda muy poco la utilización de mensajes tranquilizantes, el “aquí no pasa nada”, dando la sensación que la crisis es algo provisional.
Tampoco ayuda esa crítica facilona basada en la supuesta o real falta de conocimiento y de voluntad política, cuando se trate de un problema estructural grave y complejo.
Y es que, para que la crítica sea lo más eficaz posible, se ha de tener en cuenta la imposibilidad pública para modificar algunas prácticas e interiorizar porqué sociedad y sector se resisten a ciertos cambios cuando todos son conscientes de encontrarse ante una evidente y progresiva decadencia.
Se ha de comprender la problemática de los riesgos y su gestión donde estabilizar la seguridad no signifique mantener la situación actual sino ir corrigiendo a tiempo las variables exponencialmente peligrosas.
Gestiónese colectivamente los limitados recursos para ir contrarrestando este “totalitarismo del mal”, ya que tampoco lo peor es irreversible.