PRIMER ACTO. El poder arranca con un optimismo desbordante, con ganas de cambiar las cosas, con la mira puesta en un futuro prometedor y luminoso, con una sonrisa de oreja a oreja.
SEGUNDO ACTO. El poder transcurre de manera caprichosa, entre caravanas y oropeles, entre discursos fatuos y promesas vagas, en solitaria soledad, rodeado de enemigos y de taimados, en un presente que se resiste a cualquier cambio, con un gesto característico: LA ARROGANCIA.
TERCER ACTO: El poder concluye con desencanto, con frustración, tal vez con alivio, mas no con un semblante de deber cumplido, ningún sabor de plenitud, sino con una MUECA DE AMARGURA, de impotencia, de sordo rencor.
La obra así se llama, EL PODER, con mayúsculas, y es una lección para los que se van (aunque ya no les servirá de nada), y una advertencia para los que llegan: el privilegio de ejercer el mando suele ser un gozo que se disuelve en el vacío.
